El reloj

Hubo una vez un reloj de oro que gustaba marcar las horas muy, muy exactas. También marcar el paso del tiempo con su incesante tic, tac, tic, tac. Las manecillas siempre bien dispuestas para indicar cuántos minutos habían pasado desde la última hora, y cuantos faltaban para volver a casa porque ya era la hora de preparar la comida y almorzar. Una pequeña ventanilla ayudaba a no olvidar que el primer día de mayo ya llegó y que por ser domingo no sólo era día de descanso sino también de celebración.
Pero resultó ser que su ama, que andaba últimamente un poco despistada, confundida y olvidadiza, pensó que el reloj pesaba demasiado para su delgada muñeca….pensó que con la lluvia de mayo el valioso reloj se mojaría…pensó que por no salir juntos de paseo un día no se echaría a perder su amistad…Así que ese día , ese primer domingo de mayo, el ama del reloj de pulsera decidió guardarlo en el armario. Y aunque aquel día el armario tenía un aspecto un tanto extraño lo dejó allí un rato para evitarle la intemperie cuando fuera a salir para dar su paseo diario.
El reloj miró a su alrededor. Vio grandes joyas y medallones de color rojo rubí, granate y amatista, largos brazaletes de color jade verde, esmeralda y turmalina , colgantes color amatista, botellas llenas de agua marina, un grupito de ónix negros y ojos de tigre. A pesar de la belleza indudable de aquellas piedras preciosas, ninguna respondió a su saludo. Se las veía demasiado engreídas, aunque alguna había perdido ya su belleza y aparecía un tanto deslustrada y mustia. Por primera vez en su vida el reloj de oro se sintió sólo y empezó a notar la falta del calor de la amistad. Pasaron las horas y el reloj sufría al ver que su ama no regresaba. A esas horas debería haber abierto ya la puerta de la casa, a esas horas debería haberse sentado ya en la mesa y empezado a comer su sopa de cebolla. A esas horas, entre plato y plato, le habría dedicado ya algunas miradas, le habría dado un poco de cuerda para eternizar el latido de su corazón, le habría dicho algunas palabras amables o habría conversado un largo rato sobre vivencias compartidas en viejos tiempos.
Pero el tiempo continuó pasando, despacio, muy despacio… y el reloj sintió el dolor del desaire, el frío de la soledad, la humedad calando en sus huesos, la lentitud del momento…
El reloj decidió permanecer toda la noche en vela, por si el ama llegaba…pero no sirvió de nada…Poco a poco, empezó a dudar de todo, creyó que quizás ya nada tendría sentido, y empezaron a faltarle las fuerzas para continuar con su tic, tac. Las lágrimas de sus ojos nublaron las ventanitas y el 1, el mayo y el domingo decidieron acompañarle un rato más para no dejarle solo. Y llegó el día siguiente, y uno tras otro se fueron sucediendo sin que hubiera ninguna novedad. El reloj de oro seguía en el interior del armario, medio adormecido marcando las diez y diez, junto a piedras preciosas sordas y mudas, harto de preguntar sin oír respuestas. Hasta que al fin, la puerta del armario se abrió. Contra lo esperado, fue una joven la que asomó la cabeza y cuando le vio allí solo, cerca de un topacio que estaba roto, cogió a ambos, cerró la puerta de la nevera, se sentó en la mesa y se puso a llorar. La joven acabó de pelar la media cebolla para preparar la sopa y después de colocar la olla en el fuego para cocinarla, acarició y besó al reloj. Olvidado en la nevera, con la humedad penetrada en sus entrañas, el tiempo había pasado sin avisar…La joven colocó el reloj otra vez en la delgada muñeca de su madre, y ésta, mirándolo extrañamente, le preguntó:
_ ¿Qué hora es? ¿Qué día es hoy, señora?-preguntó el ama del reloj a la muchacha.
_ Tu reloj dice que son las diez y diez.. que hoy es domingo, uno de mayo. Deja que te de un beso, mamá. ¡Hoy es el día de la madre!.
_ ¿Este reloj de oro es mío? ¿Quién me ha hecho este regalo tan bueno? –preguntó extrañada la mujer mayor.
_ ¡Es tu reloj de boda, mamá!-contestó la muchacha acariciándole la mano.
- Pues entonces démonos prisa con la sopa, hija mía, que a tu padre no le gustará que en el día de su boda le hagamos esperar.
Fin

"El reloj" es un cuento de Oyakudachi que relata de forma metafórica alguno de los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer.

Leído en EnCuentos


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